viernes, abril 18, 2008

A nuestra familia brasilera y chilena

Creo que el único país en el que viviría junto a mi esposa y mi hijo en el mundo, si no pudieramos seguir en Chile y en Antofagasta, sería Brasil. Hay tantas cosas que me unen a esas ruas, a ese mundo brasilisante, un mágico sentimiento de proyección de mi sangre.
Ver a mis sobrinos, Alan y Yago, hoy unos jóvenes llenos de sueños falando en portugués, como ciudadanos brasileros. Haber podido estar con ellos y sentirme más viejo, más sabio, como el tío chileno, fue una sensación extraña.
Me reconocí primero en el paisaje de Río de Janeiro, junto a mi hijo Sebastián y mi amada Verónica, recorriendo la avenida Atlántica con una polera sudada, bebiendo agua de coco al caer la tarde, una cerveza, o una antártica fría detrás de mis gafas oscuras pisando mosaicos.
Pudimos jugar a ser cariocas recorriendo las lojas, caminando por Rua Sao Francisco rumbo a nuestro departamento, o a la playa en short y polera con 30 grados. El Cristo y su majestuosidad desde el Corcobado protegiéndonos. La filosofía del relajo brasilero es inexplicable.
Sebastián pegando la bola con un menino preto y amistoso hijo de una pareja de trabajadores en la playa de Copacabana, notable.
Comiendo a grama en los alrededores de la Plaza de Ipanema, mientras unos viejos pretos, casi azules, apostaban en sus mesas unos reales detrás de un maso de cartas. El ritmo de la calle. El Samba.
Después vino Sao Paulo y sus avenidas de cemento interminables, para arribar a Piracicaba y su río.
Angélica y Mario, Alan y Yago, tantos años de separación fue muito lindo volver a verlos. Dios los protega de todos los males siempre en Brasil, mi amada familia brasilera y chilena. Tanta saudade de voces, infinitas gracias y que tío Mario descanse en paz, junto a mi Gildita y su Raúl.
Sunny y tía Dalva, Lizia y Elton, no pudimos juntarnos esta vez para la otra quizás será.
Unos buenos vinilos, unas fotos y música, el testimonio eterno del momento.